Los milagros son ante todo una experiencia interna: la experiencia profunda e inequívoca de nuestro Ser real. Esta experiencia no puede forzarse, no puede fabricarse, no es posible obtenerla por medio de una lucha o de un negocio. La experiencia del amor genuino y real es nuestra herencia y nuestro derecho. Es lo que queremos.
Ahora bien, es necesario entrenarnos, pues nuestra mente está dispersa, envuelta en miles de pensamientos de miedo, en patrones repetitivos, en huidas constantes hacia el pasado y el futuro, hacia la culpa y la defensa. “Los milagros son hábitos”, dice el cuarto principio de los milagros. Esto significa que hemos de cultivarlos. Sin neurosis, sin forzarnos ni fabricarnos nuevos personajes, se nos invita a que entremos en un trabajo interno, en un estudio de nosotros mismos. En una práctica.
El trabajo es similar a cuidar una planta, un perrito o un niño. Es como aprender a tocar el piano. El curso nos ofrece un precioso cofre de prácticas inteligentes y dulces para llevar a cabo un entrenamiento tranquilo. Y el entrenamiento, el cultivo amoroso de la práctica, nos llevará a vivir nuestra vida cada vez más desde nuestra realidad.
Un milagro es un movimiento interno, un orgánico deslizamiento del miedo al amor. “Los milagros son expresiones de amor” (segundo principio). Los milagros son cambios o ‘saltos’ en nuestra frecuencia interna. Cuando en nuestro fondo íntimo le abrimos sinceramente la puerta al amor, algo dentro de nosotros se sana. Eso es un milagro. Entonces, como consecuencia de este movimiento, nuestra percepción y nuestra acción se transforman.
Tendemos asociar los milagros con fenómenos extraordinarios en la materia: caminar sobre las aguas, convertir el agua en vino o resucitar a los muertos. El Curso pone el énfasis en que los milagros son, ante todo, pensamientos (principio doce). Cuando experimentamos un milagro despierta en nosotros una intuición profunda: estamos hechos de consciencia –o mente– como diría el Curso. Nosotros mismos somos Pensamientos de Dios. “Los milagros despiertan nuevamente la consciencia de que el espíritu, no el cuerpo, es el altar de la verdad. Este reconocimiento es lo que le confiere al milagro su poder curativo” (principio 20).
Esta intuición de que somos en esencia mente o espíritu, consciencia o alma, se experimenta como una levedad interna, como una agradable espaciosidad. No se trata de que nos “salgamos” del cuerpo, ni de que debamos “mortificar la carne para vivificar el espíritu”. Nada de eso. No se trata de entrar en trance o en algún extraño tipo de experiencia extática. El salto a nuestra realidad es simplemente una certeza bella y amorosa, un ‘tocar’ internamente nuestro ser real, como si una puerta se abriera y entráramos dentro de nosotros mismos a lugar amplio, fresco, pacífico y feliz.
Entonces pueden ocurrir, o no, cambios en la materia. Es posible, por ejemplo, que experimentemos alguna curación física, o que una situación cambie repentinamente, milagrosamente: que encontremos el trabajo de nuestros sueños, que se solucione un complejo asunto de dinero, que una relación cercana y difícil se sane. Pero es posible, también, que nada de esto ocurra: que las situaciones externas sigan iguales, o que en ocasiones parezcan incluso empeorar. “Los milagros son expresiones de amor, pero puede que no siempre tengan efectos observables” (principio treinta y cinco).
Debemos recordar siempre que los milagros son ante todo cambios internos. El milagro no es que cambie la situación. El milagro es que, aunque la situación externa parezca seguir igual, yo ya no la asumo desde el mismo lugar. Algo en mí se ha sanado, algo dentro de mí se ha abierto al amor. Por lo tanto, ya no la percibo igual: mi reacción no es igual que antes. En consecuencia, la situación empieza a transformarse desde mí. O mejor: desde la Presencia del Amor en mí. “Los milagros ocurren naturalmente como expresiones de amor”, dice el principio tres.
Efectos de los milagros
Cuando experimentamos el milagro ocurren varias cosas, pero sobre todo cuatro: se corrige nuestra percepción, se guía nuestra acción, se invierte la proyección y se trascienden las leyes del mundo. Vamos por partes.

i. Los milagros corrigen la percepción
El principio 23 dice: “Los milagros reorganizan la percepción y colocan todos los niveles en su debida perspectiva”. En el momento en que ocurre el cambio de frecuencia interno, inmediatamente cambia nuestra percepción. Cuando ocurren, es como si la cámara de nuestra consciencia consiguiera abrir el plano y se nos revelara una situación particular desde otra perspectiva, una perspectiva amorosa, tranquila y en paz. Literalmente, veremos la situación de un modo diferente.
Es nuestra mente o nuestra consciencia –nuestras creencias profundas, nuestros patrones internos y nuestros pensamientos– la que nos muestra el mundo de una determinada manera. Como dice Nietzsche: “No hay hechos, sólo interpretaciones”. En otras palabras: la manera como vemos el mundo es consecuencia de nuestras creencias. Si estamos viendo ataque es porque en algún lugar de nuestra mente estamos decidiendo ver ataque.
Pero el ataque –cualquier forma de ataque–, dice el Curso, no es otra cosa que una petición de ayuda y amor. El milagro es que podamos ver, de una manera natural y espontánea, los ‘ataques’ de los otros y de nosotros –las pataletas, los juicios, las indiferencias, los desplantes, etc.– como lo que realmente son: peticiones de amor. Entonces nuestra respuesta natural y espontánea será una expresión de amor, la expresión que se necesita en ese momento particular. “Un milagro… actúa como un catalizador, disolviendo la percepción errónea y reorganizándola debidamente” (principio 37).
ii. Los milagros nos abren a la guía interna en la acción
En el momento en que se sana nuestra percepción, la acción que brota de nosotros se convierte a su vez en una expresión de amor y sanación. Dicho de otro modo: las acciones que provienen de una mente sanada son acciones guiadas por el amor. “Todos los milagros significan vida, y Dios es el Dador de la vida. Su Voz te guiará muy concretamente” (principio cuatro).
A medida que apliquemos y comprendamos este camino de los milagros, nos dejaremos guiar cada vez más por esa “Voz”. Empezaremos a confiar con más sinceridad en una Inteligencia profunda que habita en nosotros, una Inteligencia que es más inteligente que nuestro ego. A esa Voz o Inteligencia el Curso la llama el Espíritu Santo (pronto hablaremos de él).
De momento, es suficiente con saber que es posible, y sobre todo tremendamente necesario, que aprendamos a actuar desde nuestra mente real. ¿Cómo sabemos que nuestra acción proviene de nuestro ser real? Porque no genera más conflicto, porque sana, porque tiene el poder de disolver el miedo en una situación concreta, porque es una acción fresca y creativa, porque eleva la vibración, porque es genuina y porque está en paz. La acción que proviene del milagro tiene el poder de curar. “Los milagros te capacitan para curar a los enfermos y resucitar a los muertos…” (principio 24).
La acción que proviene del milagro es siempre poderosa porque transmite la cualidad del amor. Es siempre creativa, porque proviene de nuestro nivel creativo y se ajusta a las necesidades exactas del momento. Es siempre espontánea y real porque brota de nuestra realidad genuina.
iii. Los milagros invierten la proyección y nos devuelven nuestro poder
El ego –el ser ilusorio que nace de la creencia en la separación– cree que todo lo que piensa y hace es producto del mundo. Al ego le viene muy bien la creencia en la victimización. Cree ser víctima del estado del mundo, del país en el que nació, del clima, de la contaminación y los virus, de sus padres y sobre todo de la persona que tiene enfrente. Al ser víctima, su ataque de vuelta está siempre justificado. Esa es la estrategia del ego.
Pero el ego no se percata de que al darle la responsabilidad al mundo sobre sus actos, pensamientos y decisiones te está des-empoderando. En realidad, el ego está ocultando una verdad muy simple y profunda: Ya estamos decidiendo y proyectando en el mundo lo que queremos ver. El ego le adjudica su creencia en la soledad y en la escasez al mundo. Le lanza la culpa de su ira al otro. Al sentirse separado se siente solo, escaso y a la defensiva, y eso es lo que proyecta en el mundo.
El milagro nos devuelve nuestro poder. O mejor: nos recuerda que nunca lo hemos perdido. “Uno de los mayores beneficios que se deriva de los milagros es su poder para liberarte de tu falso sentido de aislamiento, privación y carencia” (principio 42).
Cuando estamos en el milagro comprendemos que somos nosotros quienes estamos decidiendo. Todo el tiempo estamos ya decidiendo entre el amor y el miedo. En el milagro, de una manera natural y fluida, nos decidimos tranquilamente por nuestra realidad.
iv. En el milagro se trascienden las leyes del mundo
Según las leyes del mundo, cuando damos algo lo perdemos. Si yo te doy un lápiz, significa que yo ya no lo tengo: lo pierdo. El milagro es un acto profundamente subversivo: subvierte esa ley de ‘dar es perder’ por otra ley hermosa, que el ego no comprende, pero nosotros sí: dar es recibir.
“Los milagros son una especie de intercambio. Como toda expresión de amor, que en el auténtico sentido de la palabra es siempre milagrosa, dicho intercambio invierte las leyes físicas. Brindan más amor tanto al que da como al que recibe” (principio 9). O como dice el principio 16: “Los milagros son recursos de enseñanza para demostrar que que dar es tan bienaventurado como recibir”.
En el milagro también trascendemos el tiempo, al entrar plenamente en el presente. En otras palabras, los milagros sanan nuestra dependencia psíquica del pasado y el futuro, y nos establecen dulcemente en la profundidad infinita del ahora. “Los milagros cancelan el pasado en el presente, y así, liberan el futuro” (principio 13). Cuando ocurre un milagro, nos libramos de la tendencia de repetir el pasado una y otra vez. Liberamos el futuro y ahorramos tiempo en nuestra evolución interior: “El milagro es un recurso de aprendizaje que reduce la necesidad del tiempo. Establece un intervalo temporal fuera de lo normal que no está sujeto a las leyes usuales del tiempo. En ese sentido es intemporal” (principio cuarenta y siete).
Por último, en el milagro trascendemos el cuerpo. Eso no quiere decir, como dijimos antes, que nos ‘salgamos’ del cuerpo o que el milagro sea una experiencia de desdoblamiento. Lo que recordamos en el milagro, de una manera profunda, es la certeza de que no nos limitamos al cuerpo. Con cada milagro nuestro centro de gravedad y de identidad se desplaza de la limitación del cuerpo a la amplitud de nuestro Ser Real. Regresamos por un instante a casa, nos fundimos en una Identidad más real. No perdemos nuestra identidad, simplemente recordamos cuál es nuestra verdadera realidad. “Los milagros despiertan nuevamente la consciencia de que el espíritu, no el cuerpo, es el altar de la verdad (principio 20).
La expiación
Cuando nos permitimos tener la experiencia del milagro, ocurre una alquimia interna, una especie de ‘reacción química del alma’. El miedo se disuelve por dentro. Lo que brota es el amor tranquilo y poderoso: nuestra naturaleza esencial.
En los términos del Curso, lo que tiene lugar es la expiación. En su sentido literal la palabra expiación significa purificación. Eso ilumina el principio siete: “Todo el mundo tiene derecho a los milagros, pero antes es necesario una purificación”. Ahora bien: la purificación no es una purificación física. Para el Curso la mente es el nivel de la causa y el cuerpo el de la consecuencia. Todo lo que decidimos en la mente lo vivimos como un ‘síntoma’ en al cuerpo. Si la mente quiere atacar, el cuerpo atacará o juzgará. Por eso el Curso quiere que practiquemos en nuestra mente, porque es ahí en donde está la causa del ataque, la culpa y el sufrimiento.
La expiación o purificación del Curso es una purificación de nuestro interior. Es la purificación del miedo. A medida que caminamos vamos aceptando cada vez más profundamente que se disuelva el miedo en nuestro interior. En el milagro se disuelve el miedo, tal y como se disuelve una nube en el cielo o una mancha de tinta en el mar. El milagro des-hace el miedo. No lo vence, no lo confronta, no lucha con él. Simplemente lo desvanece. “Los milagros representan tu liberación del miedo. «Expiar» significa «des-hacer». Deshacer el miedo es un aspecto esencial del poder expiatorio de los milagros” (Principio 27).
Ojo: no somos nosotros quienes disolvemos el miedo. Quien disuelve el miedo es el Espíritu Santo, o nuestro Ser real. El miedo ‘nos es disuelto’. Por eso es un milagro. Nosotros simplemente ponemos las condiciones necesarias para que la reacción química ocurra. Pero es nuestra Realidad la que hace el milagro.
Los cuatro entrenamientos
¿Qué hacemos nosotros para abrirle paso a la expiación y al milagro?
Cuatro cosas:
i. Entrenarnos en volver al presente
ii. Aprender a mirar nuestros ataques, nuestros juicios y nuestro miedo, sin miedo.
iii. Disponernos internamente a que nuestro Ser Real lo disuelva, o entregar.
iv. Experimentar el milagro.
El cuarto paso lo da nuestro Ser Real, o el Espíritu Santo. De nosotros dependen los tres primeros. Son pasos simples, pero hemos de cultivarlos. Los milagros no son varitas mágicas. Son el resultado de un entrenamiento. Dando estos pequeños pasos una y otra vez, de una manera tranquila y estratégica, empezaremos a caminar cada vez con pies más firmes el camino de los milagros, el camino de retorno a nuestra Realidad. “El viaje hacia Dios es meramente redespertar a la conciencia de lo que siempre has sido, del lugar donde siempre estás. Es un viaje sin distancia hacia un destino que nunca ha cambiado”.
Rodrigo Restrepo Ángel
Escuela de Un Curso de Milagros