“Este libro busca ante todo ser un amigo. No se adscribe a un linaje particular ni quiere convencerte de una ruta por sobre otras. Su propósito es invitarte e inspirarte a meditar, y acompañarte en las varias etapas y vivencias del camino íntimo y poderoso de sentarte, cerrar los ojos y explorar tu mundo interno”.
Te comparto el comienzo de mi nuevo libro y tres meditaciones que encontrarás en él. Pronto, más información, videos y podcasts.
Preludio
Cerca de nuestra casa hay un parque con eucaliptos viejos, de troncos gruesos y muy bellos. Nos gusta ir allí a pasar la tarde, a tomar un poco de aire y cielo. Otras fa milias también van, con sus niños y sus perros. Un jueves volvíamos del parque, al anochecer. Veníamos hablando de Harry Potter, cuando nos detuvo un curioso movimiento en el suelo. Atravesó el andén justo delante de nosotros Tenía una forma pequeña y extraña- mente triangular, como de polilla. Andaba de manera repentina e inesperada, muy rápido. Laura, mi esposa, se quedó mirándola con asombro y Deva, mi hija, dio un pequeño salto para frenar y no pisarla. Yo casi la aplasto por el impulso que traía. Mientras cruzaba enfrente de mí, me acerqué a ella y me extrañó no poder reconocerla. Cuando llegó a la pared, el insecto simplemente desapareció.
A esa hora, con el cielo azul eléctrico, una brisa suave y luz escasa en el andén, el acontecimiento nos pareció muy inquietante, digno de ser investigado, como en las aventuras de Harry Potter. Nos volteamos rápidamente hacia arriba, y entonces la vimos: clara y bellísima, una hoja pequeña –que más bien parecía un pétalo– caía en lentos arabescos. Más arriba, un poco a la derecha, se encontraba la luz de un farol, casi sobre nosotros. El extraño insecto no era otra cosa que la sombra de la hoja, cayendo al abrazo del viento. Nos miramos los tres, con los ojos muy abiertos, y sonreímos aliviados. Es lo que Deva llamaría un “momento fiuf”.
El misterio estaba resuelto, pero la escena me dejó pensando. Recordé la caverna de Platón, pues soy filósofo de formación. Gracias al insecto y la hoja me di cuenta, como otras veces, de que nos asustan las sombras. No es fácil decir qué es la meditación, pero tiene mucho que ver con aprender a mirar nuestras sombras y, al mismo tiempo, reconocer nuestra propia claridad. Es como si en nuestra mente hubiera un agujero o una ventana, que podemos abrir siempre que queramos para dejar entrar el aire fresco y la luz del sol. Meditar es entrenarnos en mantener la ventana abierta, la habitación fresca y clara.
Como también soy músico, me gusta pensar que por el agujero de la mente –y del corazón– entra una melodía. Es una canción que casi hemos olvidado, o más bien una canción que casi podemos recordar.La tenemos, por decirlo así, en la punta de la conciencia. A veces, por un instante, alcanzamos a reconocer algunas notas, el eco de una melodía antigua y muy hermosa . Esos instantes son los lapsos en los que reconocemos la belleza. Son nuestros “momentos fiuf”. Meditar es afinar el oído de la mente y permitirnos oír la música.
¿Qué es meditar? Meditar es un arte, un cultivo. Es como cui- dar a una planta o a un niño, o como aprender a tocar el piano. No es un arte que requiera un don. No se trata de convertir- nos en virtuosos ni de desarrollar capacidades especiales. Se parece más al oficio modesto del artesano que a la maestría de las bellas artes. Meditar es un acto íntimo, paciente y genuino. Meditar es cultivar el despertar.
El problema es que la mayor parte del tiempo permanecemos dormidos. Estar dormidos significa que nos mantenemos magnetizados en patrones repetitivos de pensamiento, emoción y reacción, por los que sufrimos de manera más o menos inconsciente. Esos patrones son nuestras sombras. Basta un poco de interés en lo que nos pasa por dentro, una pizca de atención sostenida, para captar esa especie de hechizo en el que nave-gamos nuestra vida cotidiana. Si ponemos un cuidado tranquilo, notaremos que casi siempre, al fondo, suena una vaga inquietud, una disonancia de baja intensidad; y casi siempre, hacia la superficie de la conciencia, deambulamos de un objeto a otro, de la expectativa a la frustración, de un recuerdo a una opinión…
Meditar es el oficio de ver el hechizo y soltarlo, para encontrar otra música, otra claridad. No es una varita mágica. Es un aprendizaje. Requiere práctica y amor. Su único requisito es que estemos ya un poco cansados de las sombras, de los patrones repetitivos y los hechizos. La promesa de la meditación es sim-ple y maravillosa: es posible vivir y apreciar esta vida desde otra luz. No solo es posible, es necesario y hermoso abrir el agujero de la mente y dejar entrar la canción.
(1) Un “momento fiuf” es un instante en el que nos damos cuenta de que estamos salvados de un aparente error, peligro o amenaza. Por ejemplo, creímos que habíamos perdido un lápiz y lo encontramos en el pliegue del sofá. En ese momento, en nuestra casa, decimos “fiuf”, o también: “¡Uf, qué fiuf!”. El término, desde luego, lo trajo Deva. Su origen es desconocido pero su uso es frecuente.
(2) Un curso de milagros (Ucdm), T.21.I.6,7.